Una niña está perdida en el siglo XX de Gonçalo Tavares, con traducción de Rosa Martínez-Alfaro, es un sugestivo artefacto narrativo que es juego, aventura, enigma, sorpresa y puro movimiento. No sé bien qué he leído, porque esta novela tiene un punto febril, de alucinación, de festivo delirio quijotesco.
Tavares junta a Hanna, una niña de 14 años perdida -o abandonada por sus padres- que padece trisomia 21 (Síndrome de Down) y a un hombre, Marius, que va huyendo, no sabemos de qué. El hombre se hace cargo de la niña, con el firme propósito de devolverla a su lugar de origen. Complicado, cuando la niña no puede desvelar la identidad del padre, pues de hacerlo, le arrancarían los ojos y la lengua, a la niña. Hanna y Marius inician un viaje que se sustrae a lo apocalíptico, como sucedía en La Carretera McCarthiana .
La pareja irá conociendo personajes muy singulares en su transitar por Europa, y cada inmueble que visitan, cada persona que se cruza en su vida, son casi universos en sí mismos. Un recorrido que es geográfico e histórico. Mezcla de ambos. Así uno de los hoteles -sin nombre- en el que se alojarán tiene idéntica disposición espacial que la que tendría un mapa con la ubicación física de todos los campos de concentración nazis. El propietario del hotel, Moebius, tiene a su vez la palabra judío tatuada en su cuerpo, en todas las lenguas, a modo de coraza. Conocen a su vez a un fotógrafo que irá retratando animales y niñas y niños como Hanna, a Stamn quien va poniendo en las calles carteles cuya lectura incrementa la rabia individual de cada lector boicoteando a su manera la realidad, a Agam Josh, un orfebre del dibujo capaz de escribir frases microscópicas que a simple vista parecen líneas. Disfrutarán también de la compañía de un particular Don Quijote -Vitrius- apartado del mundo en lo alto de un inmueble sin ascensor afanado con sus series de números, guardián de la memoria familiar, de Terezin quien les refiere historias increíbles, como la de esos siete hombres judíos que atesoran la historia del siglo XX en sus mentes, sin emplear ningún medio físico.
El periplo, el continuo deambular de la pareja, no es una odisea, ya que no hay un lugar al que volver, no ya físico, tampoco sentimental. Hanna comienza la novela perdida en la calle -desubicación, deslocalización, liquidez, características de finales del siglo XX- y la acaba en una manifestación junto a Marius, formando parte de un colectivo, de un clamor, y no sabemos si ese grupo es la que la salvará o la que como el lobo feroz del cuento se la comerá de un bocado, con ojos y lengua incluida.
Escuchas periféricas | Motxila 21