En un pueblito cercano a Londres una pareja acaba de inaugurar una casa de huéspedes. Fuera llueve y nieva. En Londres se ha cometido un crimen. Distintos huéspedes van llegando a la casa. Más tarde hace aparición un policía informando de que el asesino está entre ellos y que van a cometerse más crímenes, dado que al parecer hay una venganza por medio. Unidad de lugar por tanto y una trama que se desarrolla en pocos días en esta pieza teatral, Personajes huidizos, de los que se nos hurta su pasado, e incurren en contradicciones. Todos ellos son presuntos culpables.
Agatha maneja a la perfección el suspense, hasta el golpe de efecto final.
La ratonera es una de las obras de teatro más representadas a nivel mundial.
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El teatro de la crueldad. Ciencia, poesía y metafísica (Antonin Artaud)
El teatro de la crueldad de Antonin Artaud (1896-1948) editado por La Pajarita de Papel, con traducción de Rodolfo Cortizo (fundador y director de la compañía de teatro La Pajarita de Papel y director de la sala de teatro La Puerta Estrecha) recoge una serie de ensayos breves (hay también cuadros (como autorretratos), poesías, y fotografías de autor sobre el escenario, tanto en en el teatro como en el cine) sobre el teatro, con títulos como El teatro de la crueldad, El teatro de Serafín, La puesta en escena, Manifiesto para un teatro abortado, La evolución del “ornamento”, El arte del teatro es ante todo ritual y mágico, El teatro y la ciencia, El arte del teatro y la psicología y la poesía, Alienar al actor, Teatro Alfred Jarry….
Artaud cree que el teatro está en franco retroceso que se ha apartado mucho de lo que debería ser, y en estos escritos elaborados en los años treinta y cuarenta del siglo pasado propone un teatro ideal, ofreciendo una serie de ideas que lo acerquen al mismo, con una idea del teatro o del arte del teatro rayana en lo místico, en donde el teatro serviría no tanto como un pasatiempo con el que entretener a los espectadores, sino como un espectáculo (que debería rehuir a su vez de la espectacularidad, exaltando aquello que provocan las acciones) que buscase su participación activa, en un encuentro entre el actor y el espectador en el que a través de las acciones del actor (entendidas como un fuego devorador que lleva a las acciones, las situaciones y las imágenes a ese grado de incandescencia implacable que se identifica con la crueldad) se lograsen iluminar las zonas oscuras de la conciencia de los espectadores, los cuales yendo al teatro a evadirse de sí mismos, paradójicamente conectasen con lo puesto en escena de tal manera que lo visto afectara a lo más profundo de su ser (quisiera escribir una obra de teatro que incomode a los seres humanos, que sea como una puerta abierta y que los lleve donde ellos jamás querría en llegar, directamente a una puerta que los enfrente con la realidad) y esto se conseguiría no a través de un espectáculo que se repetiría día a día sin variación alguna, sino con una obra que solo se ofrecería una vez, tal que resultara una experiencia de tal calado, como lo son esas experiencias vitales que acaban marcando a los individuos precisamente por su naturaleza puntual, episódica.
Surge también la oposición entre lo instintivo y lo racional, entre el uso de la palabra, la razón, la lógica y aquello que brota de una manera impensada, natural, salvaje incluso (las acciones, casi siempre impulsivas, se anteponen a las palabras liberando así el inconsciente en contra de la razón y la lógica), tal que representar un texto escrito sería una degradación, pues lo propio sería representarlo en el acto sin que el texto fuese una mediación. Luego Artaud se corrige, pues sabe que el teatro sin un texto que lo respalde es difícil de sostener y de ofrecer a un público y entonces apela a la gravedad en el texto (no es cuestión de su primer el lenguaje hablado coma sino de dar a las palabras la importancia que tienen en los sueños), a que junto con las imágenes y las abstracciones que de su visión surjan se logre el efecto por el esperado, que es del iluminar esos puntos ciegos de la conciencia que logran una vez iluminados conectarnos con nuestra esencia.
Reivindica Artaud y así queda claro después de leer sus ensayos, su oficio actoral: cuando vivo no me siento vivir. Pero cuando acciono es donde me siento existir. El arte del teatro que para él no dejará de ser el espectáculo del ritual y la magia, que atienden a una necesidad espiritual.
La Pajarita de Papel Ediciones. 2019. 115 páginas. Traducción de Rodolfo Cortizo
Lecturas periféricas | La pasión de Antonin Artaud (Antonio Rodríguez Vela)
Don Álvaro o la fuerza del sino (Duque de Rivas)
Don Álvaro o la fuerza del sino es un muy buen exponente del teatro romántico español del siglo XIX. En apenas 100 páginas Ángel de Saavedra -Duque de Rivas (1791-1865)- erige sobre el equívoco una tragedia descomunal, que nada tiene que envidiar a las tragedias griegas, y ya sea por mala suerte, por venganza, o por que los sentidos nos traicionan y sacamos fatales y erróneas conclusiones, en la obra palma todo pichigato.
Por medio se mezcla lo humorístico y lo trágico, el verso y la prosa, un lenguaje coloquial y florido, múltiples escenarios: ya sean estampas rurales, frentes de batalla, o lo recoleto de un convento.
Todo es llevado al último extremo, a la muerte que lo toma todo, ya sea por accidente, o por ensañamiento, pero el caso es que a pesar de que esta obrita de teatro la he leído con cierto regocijo, no sé bien la razón, no me ha llegado y removido tanto como por ejemplo Bodas de sangre, o Antígona, porque no he llegado a ser parte activa de la obra, sino un mero testigo de los acontecimientos, como el si aciago destino de todos los presentes en la obra no llegara a encarnarse.
Hécuba (Eurípides)
Cuentan que Sócrates, únicamente acudía a las representaciones teatrales de Eurípides, considerado el filósofo del teatro, y comparando esta obra con las lecturas previas de Sófocles, es palmario que Eurípides impregna la narración de cuestiones filosóficas, que tienen que ver, aquí por ejemplo con la naturaleza y la educación, con la justicia y el honor, o introducen la duda sobre la existencia de los dioses, y se menta también a los Sofistas, contra los que arremete Hécuba, pues hacen pasar una cosa por lo que no es, prescindiendo de lo objetivo, de la verdad, en pos de lo subjetivo, de la opinión, para convencer o persuadir a cualquier precio; un discurso que me recuerda al Gorgias platónico, donde este ya arremetía contra la retórica.
Como es menester en todo lo trágico, no faltan los hechos funestos, aciagos, luctuosos: la muerte, el exilio, la desgracia a granel, todo aquello, en definitiva, que golpea al ser humano hasta dejarlo reducido a nada, deseando entonces la muerte, ante un porvenir que no quieren ver venir.
La doliente aquí es Hécuba, que como le sucede a Edipo, deja su situación de confort, sustraída a los altos honores que disfrutaba, y pasa de ser reina de Troya a esclava, ya sin país, sin marido, y con un hijo muerto y otra hija, Políxena, camino de ser degollada, para rendir así, tributo a Aquiles.
Hécuba solicita ayuda y clemencia a Agamenón, rey de Micenas, lo cual no impide que su hija muera, y su afán pase entonces por dar sepultura a ambos hijos, pues Polidoro, su otro hijo, que estaba como huésped en casa de Poliméstor, ha sido asesinado por este, y arrojado su cuerpo sin vida al mar.
Ante esta situación, Hécuba, destrozada, clama justicia, y venganza, pues cree que a través la misma verá aliviada su pena. Una venganza que se consuma, tal que Poliméstor verá como matan a sus hijos, antes de dejarle ciego y devenir entonces adivino.
Se anticipa que Hécuba morirá, y también se adelanta la muerte que sufrirá Agamenón, ya tratada en Electra.
Los comentarios vertidos, como ácido, sobre la mujer, son pura misoginia.