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Por tierras segovianas

En un radio de treinta kilómetros las piedras de las casas mudan del color amarillo al rojo y luego al negro. Se evidencia este color amarillo al visitar Alquité, en donde un joven se ofrece como cicerone para invitar al viajero a acceder a la ermita de San Pedro, pocos minutos antes de su cierre, para que pueda apreciar el coro, la pila bautismal, el retablo barroco policromado y el buenhacer de una vecina con la aportación de una vidriera artesanal ubicada a la derecha del retablo.

Alquité Pueblo amarillo Segovia

En Villacorta y Madriguera las piedras rojas dan una imagen férrica a los pueblos.

Villacorta

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Rondando la entrada al cementerio de Madriguera el cartel de la entrada no puede ser más explícito:

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TEMPLO SOY DEL DESENGAÑO/
Y ESCUELA DE LA VERDAD DONDE TODO A VOZ EN GRITO/
YMPLORA ¡¡PIEDAD PIEDAD!!/
R I P

Constato dejando la muerte de lado y yendo en busca de los vivos que el bar o el teleclub, junto a las iglesias son los centros de reunión en muchos pueblos de la España muy poco poblada, como la de estos pueblos segovianos. En la provincia de Segovia la densidad de población es de catorce habitantes/Km².

En El Muyo a muy poca distancia de Madriguera las piedras de las casas son negras y los techos de pizarra.

Todas las poblaciones anteriormente citadas son pedanías pertenecientes al término municipal de Riaza.

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elmuyo2

El que no pueda o no quiera ir a la playa, buscará refrescarse con lo que tenga más a mano, ya sean piscinas municipales, ríos, pozas o a manguerazos. A las afueras de Sepúlveda la Fuente de la Salud es una saludable piscina natural con agua surgente y fresca, necesaria cuando el termómetro roza los cuarenta grados. Al lado de la piscina con bordes de piedra me encamino cual Marlowe, no hacía el corazón de las tinieblas, río arriba, sino hacia el corazón del bienestar, atento siempre al voluptuoso lenguaje de los pájaros que desconozco.

Baño Río Sepúlveda

En Maderuelo antes de acometer la visita del pueblo es muy recomendable darse un buen chapuzón en la playa del Embalse de Linares.

Embalse de Linares en Maderuelo

Hay quien se interna en el embalse y a lo lejos asemejan cabezas de alfiler. A las seis de la tarde el pueblo de Maderuelo está vacío. Tan solo una señora hablando por el móvil en los aledaños de la iglesia, lo que impide el saludo y la comunicación. Se suceden los restaurantes, las casas rurales, los apartamentos, las posadas e incluso un Hotel Boutique Spa. Un pueblo con encanto, de poco más de cien habitantes que a esa hora sufre la despiadada justicia canicular de un sol implacable en su furor homicida.

Turégano Arco de entrada e Iglesia

No todo es 24/7 en la península ibérica y menos en julio. Y está bien que esto sea así. En Pedraza, el jueves, la oficina de turismo estaba cerrada. En Turégano, no pudimos visitar el Castillo por dentro porque no abría el miércoles. Por fuera es una belleza y a las fotos me remito.

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Luego un paseo por la plaza Mayor; una parada para repostar en el bar Centro y más tarde hay que hacer cabida al asombro, al contemplar pilones del tamaño de las piscinas individuales de algunos pareados.

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En la iglesia parroquial de Santiago Apóstol, al llevar a cabo labores de restauración, detrás del altar barroco encontraron el Ábside del cielo y la tierra con relieves policromados en muy buen estado, obra del Maestro de Turégano. Se decidió adelantar el retablo en el ábside y así se puede acceder y ver estos dos relieves que forman parte del anterior retablo románico.

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En Sotosalbos, sin embargo, el retablo barroco se guardó en una sala, al descubrirse las pinturas románicas que encontraron detrás del retablo.

Por Sotosalbos pasó el Arcipreste de Hita, el autor de El libro del buen amor (lectura escolar en mi época), dejando constancia de ello en dicho libro.

Hay que ofrecerse unos minutos para contemplar al detalle la galería porticada, el fino trabajo en capitales y canecillos o una talla en la sacristía de San Bernabé asaeteado.

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La actividad en estos pueblos Segovianos como Sepúlveda, Pedraza o Turégano comienza a partir del jueves o viernes. Julio no parece ser un mes muy turístico y los escasos viajeros que íbamos buscando los lugares más emblemáticos en estos pueblos, éramos cuatro, buscando el refugio de la sombra o el aire acondicionado de los bares. La imagen de una Pedraza desértica por la tarde y a las diez de las noche resulta impagable.

Pedraza desierta

Pedraza nocturna

No obstante, un puñado de aguerridos viajeros nos juntamos en la plaza del Trigo para hacer una visita guiada por Sepúlveda a casi 40 grados al mediodía. Es entonces cuando uno agradece no solo las profusas explicaciones de Ana -acerca del Fuero de Sepúlveda, tal que las dos horas se nos pasaron en un periquete y uno casi se olvida de la caloriza- sino también el amparo que ofrecen las distintas iglesias ubicadas en las peñas. No solo la ofrenda del silencio, sino también la de un frescor tan reconstituyente como necesario.

Sepúlveda

Sepúlveda

Y esto es extensible a las posadas (Posada San Millán) que ofrecen solaz al viajero, dan de beber al sediento y de comer al hambriento, y un jergón con forma de colchón, y sillares del tamaño de un brazo, para dejar el calor, como al enemigo, con las ganas de acceder al interior.

Poner coto al calor

Posada San Millán

Una de las mayores colonias de buitres leonados está en las Hoces de Duratón, a tiro de piedra de Sepúlveda. A pata, después de dejar el coche en el aparcamiento habilitado a tal fin, bien por una pista de tierra o por una pequeña senda próxima al acantilado, se accede al mirador que permite contemplar las ruinas del Convento de la Hoz, ubicado en una zona escarpada, en uno de los meandros del río.

Ruinas Convento de la Hoz

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Un pueblo sin una plaza no me vale como pueblo y Riaza y Ayllón son dos buenos ejemplos de pueblos que cuentan en su haber, con un plus: las plazas porticadas, un excelente recurso para combatir el calor, en las que asentarse y ver pasar durante un rato la vida a tu alrededor.

Plaza de Riaza

Plaza de Ayllón

El hieratismo de la cigüeña sepulvedana en el nido me hizo pensar en la obra escultórica de algún artista local.

Muralla e Iglesia Sepúlveda

Antes de visitar el Palacio Real La Granja de San Ildefonso es una buena idea situarse a la sombra de algún inmenso castaño, no para descabezar un corto y dulce sueño, sino con la idea de desayunar en algunas de las cafeterías próximas al Palacio, en la Plaza España, para acopiar fuerzas con un postre típico por estos lares: el ponche segoviano (el que se ve en la foto lo probé en un restaurante de Sepúlveda: El figón de Ismael y se lo hacían en una pastelería de la villa).

Ponche Segoviano

El Palacio Real es una buena muestra del fino gusto de los monarcas como Felipe V cuando se enamoró del lugar y quiso tener allá su palacio, rodeado de jardines y fuentes al estilo versallesco.

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Fuente Plaza las ocho calles

El interior ofrece al viajero la contemplación no solo de cuadros, sino también de tapices, mármoles y estancias reales descomunales, como la cámara nupcial, del tamaño de un piso.

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O esculturas como La fe velada de Antonio Corradini.

Antonio Corradini

O incluso gigantescos relojes, como el recién restaurado Reloj organizado turco, de dos toneladas y dos metros de altura. Fue una pena no poder escuchar alguna de sus trece melodías.

Palacio Real San Ildefonso

Asimismo, además de escuchar lo más convencional sobre los monarcas, también se recupera en las palabras de la guía la figura de Isabel de Farnesio, segunda mujer de Felipe V, políglota, amante del arte, de los cuadros, los libros y la música, introduciendo, por ejemplo, la ópera en Madrid, con figuras como Farinelli.

Y no se trata de apurar el cáliz hasta las heces, sino de, a la hora de yantar, dejar los huesos mondos y lirondos, dando buena cuenta de una manita de cerdo a la bordelesa en el restaurante pedrazano La Olma. Viendo el plato pienso en lo que me contaba mi abuela, que las tabas fueron un juguete en su niñez.

Manita de cerdo a la bordelesa

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